Procrastinar,
tú lo sabes pá, no es mi forma natural de ser. Y, sin embargo, tengo que
confesar que es hasta hoy –mi último día en México– que me decidí tuve el
valor de empacar. ¡Son tantas cosas que se quedarán fuera del equipaje! Algunas
por elección y otras porque, con la fuerza que a mis 56 años me queda, ya no
soy capaz de cargar. ¿Puedes creer que ya puedo hablar de un cansancio que no
se quita con una buena noche de sueño?
Empecé por
vaciar el clóset, como si con ello pudiera ahorrarle la monserga a quienes –si
por alguna vuelta del destino no volviera– les correspondiera echar fuera mi
paso por la vida.
Y, junto con
blusas y zapatos, empecé a sacar compañías y afectos que ya no tienen futuro.
No voy a mentirte, ¡cómo duele ver que hubo quienes no entendieron el mensaje
insistente de mi amor y apoyo! Pero sé que debo aligerar mi viaje y dejar atrás
intentos vanos que sólo me consumen la paz que necesito para mirar el futuro
con ojos limpios y llenitos de esperanza. ¡Hay tanta gente a quien puedo
entregarle ese amor que me llena el alma!
Mi gatita,
Amore Mío, cual sombra me sigue, como si intuyera que volveremos a separarnos.
Mis nietos, ayer, en el abrazo de despedida, repitieron la pregunta que me consume el alma: ¿cuándo
regresas, Gramma? Y les respondí con toda la honestidad posible: “En unos meses
y haré todo para poder verlos”. Pero, ¿cómo contestar a esos ojitos expectantes
que no sé si podré cumplir mi promesa? Pá, tú sabes que nací para ser su abuela y que ¡ellos
son mi vida y es lo único que me calcina el ánimo! Pero también mi ausencia es
un regalo que aprenderán a entender (tal vez cuando ya ni siquiera me puedan
ver).
La buena
noticia es que me llevo una maleta completa (tal vez con sobrepeso) repleta de
amor de amigos que nos cubrieron de cariño y que cambiaron el ritmo de sus días
para encontrarnos. ¡Qué privilegio es ser amado! Estoy haciendo entrar hasta el
último nuevo recuerdo de celebraciones, risas, lágrimas compartidas, y futuros
aderezados de reencuentros. Y en el bolso de mano, he guardado los mensajes de
mis primas, esos que me pintan la sonrisa (sé que necesitaré de su alegría para
los días grises); y como un tesoro, he
empacado los abrazos de algunos de mis hermanos y mi tía más amada que, para enfrentar el reto y
la necesidad, me sostienen por la espalda para mantenerme en pié (tenías razón,
pá, ¡ellos estarán conmigo siempre!).
Y por más que
he tratado de echarla fuera, se me ha colado en la maleta la desesperanza de
ver que hay cosas que no han cambiado. El pesar de reconocer como –algunas
personas que amo con toda el alma– han tomado la decisión de no usar su vida
para amar, crecer, servir y ser felices. Pero es algo que no puedo cambiar y
que son recuerdos que he permito que me acompañen para orar por ellos pues, ¿no es
Dios el único capaz de hacer el cambio en el ser humano?
Amo a mi
México, pá, y es algo que tú me enseñaste a hacer. Amo a mi gente, tan
variopinta como los paisajes que tanto disfruto al andar por las carreteras de
esta tierra que nos acoge con generosidad. Pero, aún así, tengo que irme.
Hay un sueño
esperándome al otro lado del mar y gente que me ha abierto los brazos. Tengo
que ir al lugar que nos promete el descanso que, mi marido y yo, –este par de
viejos en los que nos estamos convirtiendo–, de verdad necesitamos. Pero, más
importante que todo, nos espera el hijo de nuestro corazón –ese nieto tuyo al
que tanto amaste– que gusta aún de la compañía de sus viejos, que se entusiasma
al compartir sus planes, su vida y las emocionantes anécdotas de un día cualquiera.
¿Sabes, pá? Hoy
estoy triste y acongojada por la partida pero, aunque ya no vives en este
mundo, me ayuda que siempre estés conmigo y que tengamos este lugar para encontrarnos.
Papi, me llegó el día de morir a lo conocido y al pasado para poder renacer. Así que, ¡hasta pronto, México mío! ¡Hasta luego, vida y gente de mi pasado!
Papi, me llegó el día de morir a lo conocido y al pasado para poder renacer. Así que, ¡hasta pronto, México mío! ¡Hasta luego, vida y gente de mi pasado!
Y. . .¡HOLA,
ESPAÑA!
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