- ¡Nada como una sopa caliente! - comenté con mi mami, mientras el mesero disponía de un plato de consomé humeante frente a mí, -¡me encanta!
- No lo hurtas, lo heredas. Tu abuela Josefina no perdonaba la sopa - me respondió, sonriendo.
- Pues a mi papi le gusta mucho también - agregué y, antes de terminar la frase, nuestros ojos se inundaron y las palabras se nos atragantaron.
Los recuerdos me llevaron a Guadalajara y hasta esos días en que, cuando empezamos a perder la contienda, encontrábamos un motivo de celebración cuando mi papi lograba tomar unas cuantas cucharadas de sopa, seducido por el aroma que le llegaba desde la cocina. Desde la primera ocasión que el deleite de la fragancia a consomé recién cocinado lo motivó a intentar comer, tener siempre un poco de consomé se convirtió en la regla del menú diario.
Cuando me mente volvió al restaurante, acaricié la mano de mi mami y le confesé que lo extrañaba tanto que aún no podía dejar de llorar cada vez que salía a la conversación o me asaltaban los recuerdos. Ella siguió llorando y yo no hice nada por parar mi llanto.
- Cada vez que hablo de él, sé que terminaré en lágrimas. Pero ya me di cuenta de que sólo tengo dos opciones - comencé a explicar a mi mami entre hipos - y una es no hablar más de él para evitar el llanto, algo que terminaría por matarlo y sacarlo de mi vida para siempre. La otra es mantenerlo vivo en mi recuerdo, hablar de él, hacerlo parte de mi presente en las conversaciones. . . aunque eso venga acompañado de llanto. ¿Tú que prefieres, mami? ¿Matarlo para siempre o recordarlo entre lágrimas?
¡No! -se apresuró a responder. -No vamos a dejar de hablar de él.
Sin importarnos que la gente de las mesas alrededor nos vieran, nos tomamos de la mano y volvimos a llorar frente al plato de sopa.
Entonces prométeme que nunca vamos a dejar de hablar de él, mami - le pedí, sin soltar su mano.
Nunca - prometió entre gemidos.
Usando la servilleta para borrar los surcos que se habían dibujado en nuestros maquillajes, suspiramos. Y ambas comprendimos que teníamos un pacto para mantener vivo a mi papi con cucharadas de recuerdos, y que estaríamos juntas para saltar los charquitos de lágrimas que vendrían con ellos porque, sí, nos dimos permiso de llorar y hacerlo juntas.
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