Adolescencia
(Wikipedia): Además de los cambios fisiológicos que son
conocidos y aceptados por la mayoría, por poca que sea su información, se
producen otros cambios psicológicos, que son considerados como normales, pero
que cogen desprevenidos a muchos. . .
Detengo la
lectura y confirmo mis sospechas.
Cuando inicié mi
experiencia como habitante de los “cincuentas”, algo había leído sobre todo lo
que venía en camino. Y a cinco años de iniciada la aventura, justo ahora a la
mitad del camino, puedo asegurar que esta etapa de vida es como un “dejavú” que
me ha hecho detener y pensar: ¡esto ya lo viví!
Sí, los
cincuentas son muy parecidos a la adolescencia por sus continuos cambios
fisiológicos que me han llevado –a veces con asombro y otras con horror – a
preguntarme frente al espejo: ¿quién eres tú y en qué te estás convirtiendo?
Y los cambios
psicológicos, por mucho, son motivo de un análisis exhaustivo para lograr
entenderlos. Cuando a los cuarenta vivía con una certeza de hacia donde iba y
creyendo que finalmente comprendía de qué se trataba vivir, poco imaginé sobre
las arenas movedizas que me esperaban en los cincuentas y lo poco que sabría
sobre como resolver o sobrellevar los cambios.
Así me encuentro
muchas mañanas –y a veces días enteros –desmenuzando la esencia de mi existir,
tratando de configurar un plan de vida armada con las piezas que me van
quedando disponibles, y reinventando respuestas para comprender lo que está
pasando tan rápidamente.
Mis piezas, a medida
que corre el tiempo, van mermando: la salud dejó de ser impecable; el tiempo va
acortándose – y no porque la tierra esté girando más rápido –sino por la
energía vital que ya no es tan abundante y que debo administrar de una nueva
forma; y mi cuerpo, esa imagen que había cultivado a lo largo de tantas décadas
para lograr la mejor versión de mi misma, ahora me exige un trabajo que
incluye: la aceptación de líneas que comienzan a marcarse en la piel,
dimensiones agregadas –aquí y allá – o actitudes corporales que aún me parece
prestadas.
Las preguntas
sobre todo lo que ahora soy, lo que tengo pendiente por vivir y lo que aún me
falta por perder, se acumulan por día. Y junto a esas interrogantes, por más
valor que saco del pasado y del porvenir, se van apilando los temores, los invitados
malqueridos.
Recuerdo que en
la adolescencia, llena de dudas y temores, también luchaba por reconocerme en el
espejo; también me preguntaba si había un amor esperándome para compartir mi
vida; me esforzaba por forjarme un futuro y, más allá, pasaba las tardes
descifrando el mundo –mi mundo – para aprender a vivirlo. ¡Cómo se parece todo
aquello a lo que ahora estoy experimentando!
Suspiro y me
canso de sólo pensarlo.
Entonces sobreviví
la época en donde adolecí de tanto, así que ahora, con otras herramientas, me
respondo como me consolaba entonces: ¡esto también pasará!
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