miércoles, 9 de julio de 2014

"Paradojas y otras hojas"

El anhelo de mi alma es, por naturaleza, la serenidad de lo conocido y la holgura de la rutina. Pero, contra mis deseos, mi mundo es un vertiginoso ambiente azotado por los cambios inesperados. Los compases de reposo son tan breves que no podría asegurar si son sólo momentos de transición algo más prolongados.
Mi corazón, a decir verdad, entra en las novedades con  la misma soltura que un gato en reversa sobre la alfombra. Y, a mis cincuenta y cuatro años, no se ha dado el fenómeno de la “costumbre”, a pesar del ensayo permanente al que soy sometida.
Empiezo a pensar que, bien dicen por ahí, el gusto por la rutina “es cosa de la edad”.

Hoy miro como la familia de mi hija prepara maletas hacia una nueva ciudad y con ello quedan atrás las pequeñas rutinas con mis nietos; mi hijo, con planes de lejanía en el bolsillo, se dispone a transitar el último tramo del camino; y, mi esposo y yo, vamos tomando impulso para dar el salto al siguiente escalón para acercarnos a la meta de consolidar un patrimonio laboral -con todo lo que eso trae consigo.
El caleidoscopio de mi entorno está girando y la incertidumbre de los nuevos visos me estremecen la piel. ¿Cómo será la nueva convivencia? ¿Cuánta ausencia requerirá la rutina diaria para funcionar? ¿Cuáles serán las cosas a renunciar y cuáles deben añadirse?
Tomo un sorbo de café y me doy por vencida. Repaso todos los tiempos de cambio que he sobrevivido y rescato la clave de supervivencia: ¡Hacer a un lado la anticipación y abrirme a la aceptación!

Imitando al árbol, me propongo dejar que el futuro pase en mi vida como el aire por el follaje. Respiro hondo y abro los brazos del alma para dar la bienvenida a lo que viene. 
¿Qué está en camino? No lo sé pero, eso, también es Su Voluntad.

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