Una de las notas que abundan en los muros de las redes sociales, es la
denuncia contra la hipocresía. Puedo percibir el dolor y la frustración de la
gente que se siente defraudada al descubrir la máscara de falsedad en aquel en
quien confió. El enojo es obvio, pues las expectativas, de lo que el “otro”
debía ser, se ven rotas.
¿Será que no podemos ser honestos y vivir con la verdad en la frente?
Entonces trato de entender a ese “otro” y me surgen muchas preguntas.
¿Qué haces con la verdad cuando la conoces? ¿Hacia dónde te impulsas cuando alguien
te revela sus flaquezas, defectos e impotencias? ¿Surge el juicio al conocer un
pasado de decisiones desatinadas o extiendes gracia para quienes han cometido
errores incomprensibles para ti?
El corazón se me encoge ante el hallazgo y confieso que no siempre he
extendido gracia. Muchas veces, al encontrar la peor faceta de la gente, arrugo
la nariz y hasta llego a mostrarle mi disgusto.
Si la gente percibe mi desaprobación y mi juicio, ¿por qué entonces
tengo la ocurrencia de esperar que se muestren, sin pudor ni recato, con todo su
pasado, sus errores o sus miedos?
Ahora que entiendo el temor al juicio, comprendo la presencia de
las máscaras que transitan a mi alrededor y olvido la queja contra la
hipocresía.
A pesar de tan triste conclusión, una frase me llena de esperanza,
pues sé que encierra la respuesta a ese danzar de gente que se oculta y
desconfía. Si tan sólo hiciéramos lo que ella dice, ¡que mundo tan distinto
viviríamos!
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”
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