Ataques indirectos, fuego cruzado sobre mi cabeza, una mudanza
intempestiva y ahora resulta. . . ¡Que yo tengo gato!
Así de simple. Sin que estuviera contemplado en mis planes y con poco
margen para evadir las consecuencias de mi entorno, por mis habitaciones y mis
patios, hoy camina ufana una gatita blanquinegra que, sin remilgos, husmea
curiosa por cuanto rincón le place. Y yo, que creo no haber mencionado esto antes,
trato de armar una fórmula de convivencia con la nueva residente para que no detone
mi alergia porque, sí, ¡soy alérgica al pelo y humor de los animales!
Lo extraño es que, después de que mi vida está plagada de ejemplos
sobre eventos “fortuitos” que llegan trastornando mi vida cotidiana, aún me
atrevo a escribirlo. Porque, ¿no fue de la noche a la mañana que: me convertí
en abuela de tiempo completo, enfermera, pre-suegra y suegra, habitante de un
pequeño pueblo y, todo, sin que mis planes de vida y voluntad tuvieran mucho
que opinar?
La realidad es que, a pesar de que lo inesperado no deja de asaltarme,
aún no me acostumbro a estos giros que me desbalancean y me enfilan hacia rumbos
inusitados. Y, lo bueno de todo, es que mis sorprendentes “realidades” terminan
siendo más divertidas y espectaculares que mis bien trazados y rígidos proyectos.
Sea pues bienvenida, Oreo, el más reciente ingreso como miembro de esta
familia tan “singular”.
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