¿Cuántos
consejos y opiniones habré escuchado de ti, pá? No podría cuantificarlos pero,
puedes estar seguro, los voy recordando casi a diario y suman un montón.
Algunas de tus apreciaciones me vinieron como anillo al dedo y otras, tú lo
sabes, se convirtieron en temas intocables para que no se tornaran en debates
interminables. Y siempre quedó una en la que nunca estuvimos de acuerdo y de la que me
alegro tú tuvieras razón: tu opinión sobre Salvador, mi esposo.
Nuestra
diferencia fue insalvable gracias a tu visión llena de gracia sobre mí pues,
cada vez que yo te aseguraba que él era mucho mejor persona que yo, tú
argumentabas que ambos entrábamos en tu estándar de “personas de primera”.
Aún ahora,
cuando ya no estás conmigo para discutir el punto, insistiré en asegurarte lo
contrario y te recordaré mis argumentos.
Él, desde que
lo conocí, sólo tuvo una historia: Ser un buen hijo, dócil y sensato, el
mejor alumno de su generación y merecedor al “Premio del Saber” que le otorgó
el estado de Puebla por sus méritos en el estudio. Y, ¿alguna vez te dije como
sus hermanas se empeñaban en convencerme de que cada una era “la hermana” favorita del Gordito y que ocupaban el lugar de honor como su confidente?
De sus amigos,
¡vaya que tiene buen crédito! No hay uno sólo de ellos que no lo tenga
como valioso e importante, ¡lo quieren tanto y me hace sentir tan orgullosa!
¿Qué puedo
contarte sobre su faceta de padre? Es, sin el menor asomo de dudas, el mejor
padre que he conocido y no es un decir como el que leo en los muros de las
redes sociales. Si tuviera que enumerar las innumerables ocasiones en las que lo he visto hacer a un lado cualquier evento, compromiso o gusto personal para atender una necesidad o
hasta capricho de sus hijos, esta carta no tendría fin. ¡Este hombre ha hecho hasta lo imposible por sus hijos, para cumplir como padre!
Y de abuelo,
¡qué abuelo! Sólo hay ver la mirada de los tres pequeños, sus nietos, llamándolo cariñosamente “Momo” al verlo entrar por la puerta. La forma en que lo buscan
para retozar y bromear, la dulzura con la que se acurrucan en su pecho y lo
convidan a disfrutar su compañía, son muestra suficiente para asegurar que no
hay mejor abuelo que Salvador.
Sé que, al
igual que yo, estarías tentado en sentir furia contra una que otra persona que
ha pretendido quitar mérito al valor de su entrega –mal entendiendo su control y
capacidad de amar hasta la renunciación–, y lo ha llamado “falto de carácter” (en
peores términos); pero antes de devolver la agresión, he recordado la broma con
la que hacías un lado las necedades que escuchabas: “A chillidos de marrano,
oídos de chicharronero”. Pues, ¿cómo explicar de amor al egoísta?
Así que,
insisto, tú tenías razón en asegurarme que Salvador es “todo un Señor” y que es
la mejor persona que llegaste a conocer; aunque, como siempre, te concederé la
razón con la salvedad de que lejos estoy de merecerlo y estar a la altura de
su calidad como persona, esposo, padre, abuelo, hijo y amigo.
¡Que Dios te conceda una larga vida, Gordo, y que llene tu vida del amor que te mereces y que te has ganado a fuerza de amar, renunciar y
dar sin reservas!
¡Feliz cumpleaños, Salvador, Gordito, Pá, Momo!
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