“Después de
vejez, viruelas”, decía mi abuelito. ¿Recuerdas, pá? Pues yo he vivido con el
dicho colgado en la conciencia durante semanas y justo hoy se da el caso de que
¡me ataquen las viruelas!
Es inevitable
reírme de mí misma y de mi pasado. Aún puedo dibujar en mi memoria tu sonrisa
orgullosa cuando en medio de las presentaciones con unos colegas tuyos, sin que
viniera mucho a la conversación, les hablaste del evento de graduación al que
habías asistido la noche anterior. “¡Ya madre de dos hijos, con esposo, trabajo
y casa que atender, mi hija terminó su maestría el día de ayer!”.
Nunca he tenido
el arte de reaccionar con gracia a los elogios pero algo sí puedo asegurarte:
tu expresión de orgullo y la felicidad que sentías por mi empresa profesional,
hicieron que todas esas tardes de estudio invertidas y los agobios por los
exámenes tuvieran su recompensa.
Entonces, si la
memoria no me falla, tenía casi veinte años menos y, cosa extraña, aún así me
pensaba añosa para andar en esos trotes.
¿Qué dirías al
enterar que hoy, cinco de octubre, estoy iniciando una segunda maestría? ¿Te
reirías junto conmigo o te hincharías con un poco de presunción por mi osadía?
Lo que es un
hecho, pá, es que me has hecho falta para que este emocionante capítulo que
inicia sea perfecto. Seguro te habría enviado fotos de los cuadernos rotulados
y de mi cara de inseguridad del primer día. Tal vez, con un poco de ayuda,
habrías grabado un mensaje que yo llevaría en el celular al entrar al aula.
Pero, como todo
aquello que aprenderé a crear a través de las palabras, tu compañía es una
fantasía.
No tengo
certeza de que este mundito –ahora tan ajeno a ti– te quite el sueño; ni que
mis cartas lleguen a tus ojos ni que mis planes te conmuevan. Por eso me
conformo con escribirte y contarte mi nueva correría, una que, paradójicamente,
será una pieza grande del legado que dejaré a mis hijos y a mis nietos.
Para variar,
papi, ¡tenías razón! Me conociste pronto y mejor que nadie y fuiste tú quien me anunció
que mi espíritu era uno rebelde e idealista. Y, como ves, sigue causando estragos
a mi rutina, rebelándose contra el camino marcado para la gente de mi edad; no conformándose con haber recibido un don sino que se empeña en explotarlo; y
que no se dejó intimidar por el escueto legajo de hojas del calendario que me resta para marcarme metas que conllevan
renunciación, entrega y mucho esfuerzo.
Tal vez no
lleve tu mensaje en la cartera, papi, pero te vas conmigo a clases. . . en el
corazón.
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