El día de
trabajo ha sido largo y lo que más deseo es apagar la pantalla e irme a la cama.
Coloco el cursor sobre la manzanita para cerrar el sistema cuando, en el lado
derecho de la imagen, aparece un recuadro con el mensaje: “¿Está por ahí?”
Pero demos un
paso atrás, papi, y retomemos esta historia hasta el día donde todo este
difícil capítulo de mi vida comenzó: el 10 de marzo del 2015 a las 5:33 a. m.,
el instante en que moriste.
Desde ese día,
mi mente comenzó una transformación que me fue casi imposible descifrar por
muchos meses: lloré sin lágrimas, reclamé sin palabras y viví deprimida sin
dejar de moverme y caminar por el mundo ni un sólo instante. Hasta que un día,
como presa con muros cansados de contener tanta agua, lloré y grité a mitad de la montaña, anunciando que no podía seguir
así. . . ¡tenía que dejarte ir!
Quisiera
continuar diciendo que –después de desgañitarme la garganta con esa
declaración– así ocurrió, pero mentiría. Sin embargo, algo cambió. Tras esa mañana, en mis pensamientos comenzaron a ocurrir conversaciones
“tripartitas” –como llaman a esas tele conferencias por Skype o en llamadas
múltiples–; sí, me nació la costumbre de hablarte y, junto contigo, a Dios. Fue
como, entre los tres, empezamos a vivir una comunicación que a ratos me parece
tan real como interminable.
Nuestras “conversaciones”, desde entonces,
dejaron de ser privadas porque ¿acaso no explica el dicho que “lo que se dice
entre dos, no se dice entre tres”? En eso se ha convertido nuestra relación: en
una comunicación entre tres, permanente y cotidiana. Y es por ello que
encuentro el arrojo para dejar de hacer nuestras charlas algo “privado”. Tú, al
fin y al cabo, fuiste una persona que tomaba la palabra –en cada oportunidad– y
hablaba con la gente sobre la forma adecuada de vivir.
Así que, con tu
permiso (a la distancia de un pensamiento), he decidido compartir nuestras
conversaciones con los que leen estos escritos y, de alguna forma, pasar con
honestidad el aprendizaje que adquirí a través de tus innumerables pláticas de
sobremesa.
Explicada mi
razón, jalo la hebra de la historia surgida con aquella notificación que inició
una “conversación virtual” con una de tus hijas desconocidas para el mundo.
(continuará. .
.)
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