-Si tienes dinero para viajar, no vayas a China. ¡Ve a otro
lado!– fue la opinión de alguien que se enteró del proyecto de viaje a
China. La duda me asaltó.
De igual manera, lecturas, reportajes, noticias y libros, en
conjunto, habían formado en mi mente una idea sobre el país que, superada mi indecisión
por el viaje, pude oler, sentir y vivir en carne propia. Y, como un amanecer
despejado, sus matices y formas se revelaron con un mil quinientos millones de
verdades.
En este espacio del planeta que comparto –por unos días– con
los chinos que habitan día a día la tierra del Este, voy descubriendo que no
importa a cuanto ascienda la cuenta de personas pues cada uno de ellos tiene un
sueño, una identidad y una realidad.
La globalización, con sus eternos trucos, los había definido
en mi entender como una masa sometida a las fuerzas de un gobierno opresivo, desnudándolos de individualidad y humanidad.
Que sorpresa –agradable– ha resultado estar a la mesa con
gente que sonríe y habla de la meta perseguida, del anhelo de un matrimonio con
un hombre bueno y los contratiempos de un matrimonio con dos hijos pequeños.
Aquella idea del pueblo chino, forjada bajo opiniones pragmáticas e
impersonales, se ha desvanecido a fuerza de contacto, conversaciones y risas.
Es así que, hoy, me propongo pasar por el tamiz de la
experiencia la información que involucre seres humanos, para no volver a
cometer el error de encapsularlos en la apreciación fría de las estadísticas y
la visión analítica de quienes no han sujetado la mano nueva de un ciudadano
del mundo, un compañero de planeta, sin importar el piso por el que caminen sus
pasos para vivir su vida.
Así pues. . . ¡hablemos de China!
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