Un buen día, con un anuncio totalmente inesperado, la semilla cayó en mi
alma y jamás imaginé lo que llegaría a ocurrir.
Primero, sólo la imaginación se ocupaba de descifrar lo que ya germinaba
dentro de mí. Algo, jamás sentido, se hospedaba poco a poco en mi corazón.
¿Cómo sentir tanto, ante lo aún desconocido? Pero, un 24 de abril, esa emoción se
decantó, tomando nombre el día que mi nieto nació, y lo llamé AMOR.
Acuné a mi diminuto nieto en mis brazos y, como una ofrenda, puse en sus
manos mi corazón, ya llenito del amor más dulce que jamás sentí. Ante su primera sonrisa,
mi voluntad se hizo suya y una felicidad contagiosa se filtró al primer
contacto de su manita, al rozarme las mejillas.
Mi voz se convirtió en canción de cuna; mi tiempo comenzó a andar en
diminutos pasos, como para darme tiempo de disfrutar cada instante a su lado; y
fue mi nieto quien me enseñó los deleites más simples de la vida: Una mañana en
el jardín, el chapotear en la tina o el tintinear de la sonaja, eran fiestas de vida a su lado.
El piso se convirtió en nuestro reino y los juguetes nuestros compañeros
cotidianos. La carriola fue nuestro navío para viajar por parajes llenos de hojitas por
descubrir y árboles que admirar, meciéndose, como en una caravana a nuestro
paso.
La semilla desconocida, aquella intrigante y diminuta incógnita, germinó
en mi vida hasta convertirme en abuela, el honor más grande que jamás imaginé recibir.
Y aprendí, de la mano de mi nieto, a amar más allá de las circunstancias y
modelos.
Hoy, ocho años después, miro a mi nieto y el alma explota en mil astillas
de orgullo. Aunque su vida no ha sido fácil y muchos obstáculos le han salido
al paso, su sonrisa, limpia y angelical, sigue brillando. Su corazoncito, noble
y risueño, sigue llamándome “Gramma” mientras se arrebuja en mi regazo.
Dios, no tengo duda, un buen día, decidió hacerme feliz por mucho tiempo.
Fue entonces que envió a un pequeño ángel, mi Patricio, y me convirtió en abuela.
Y no una cualquiera, sino a la más bendecida de todas las abuelas.
Feliz cumpleaños, mi Pato, y que no sólo cumplas muchos años más, sino que
vean estos ojos de tu Gramma, que te ama más allá de lo imposible, la profecía sobre tu vida, cumplida.
"El
Señor te bendiga y te guarde;
el Señor
haga resplandecer Su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia;
el Señor
alce sobre ti su rostro, y te de paz".
Números 6:24-26
Dios te bendiga eternamente, mi niño.
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