Hoy,
hace once años, por primera vez deseé ser inmortal. Nunca te pregunté si tú
habías deseado lo mismo cuando tu primera nieta, mi hija, nació.
Cuando
nació Patricio, Pá, se me reveló un tipo de amor que no pude comparar con nada.
No era como una maternidad de segundo piso ni lo matizaban las fantasías de la
novedad. Todo lo contrario. Desde que mi nieto nació, el mundo tomó su
verdadera forma, con las realidades más crudas y su finitud. Fue entonces que
en mi mente surgió el deseo de trascender, vencer el tiempo y sus devastadores
efectos, para estar junto a él.
A
los cuarenta y seis años, tomé la decisión de cuidar de mi salud con mayor
esmero, ejercitarme para conservar la facultad del juego por mucho tiempo, y
despertar toda la creatividad disponible en mí para presentarle a mi nieto las
riquezas y maravillas del mundo.
Quería,
simplemente, ser inmortal para él.
Paradójicamente,
también nació en mi la convicción de ser capaz del acto de altruismo supremo:
estar dispuesta a morir por alguien. Sí, fue tan intenso el golpe del amor que
echó fuera cualquier duda y desde entonces vivo con la disposición presta para
hacer todo por él; entregarle mi vida, si fuera necesario.
Por
eso fue tan fácil vivir esos años donde él se convirtió el centro de mi vida.
Inició con un año sabático y se prolongó por varios más. ¡Los mejores años de
mi vida!
Photo by: Amanda Keilor |
Aún
recuerdo las mañanas –mientras su mami continuaba con sus estudios–, la paz mientras tomaba sus diarios baños de sol;
los paseos en el parque, la música clásica, acompañada de té, que
disfrutábamos cada tarde antes de la hora del baño; y las frecuentes visitas a
la librería, eligiendo libros que después leíamos un montón de veces, ¡qué
placer!
De
mi nieto recibí la identidad que mejor se ha ajustado a mi corazón. Dejé de ser
yo para convertirme en Gramma, palabra que para mí significa: amor y deleite,
ojitos nuevos que hacen surgir lo mejor de mí, y gozo por la vida.
Mi
niño hoy cumple once años, Pá, ¡once largos años repletos de vida y esperanza!
Y, por irónico que parezca, le estoy regalando –no con poco sacrificio– mi ausencia
y la distancia. Tal vez, decidir estar lejos de él ha sido una de las
decisiones más difíciles que he tenido que tomar. Pero, como ya dije, por él y
su felicidad, soy capaz de morir. Así pues, esta separación necesaria y
bendita, es lo menos que puedo hacer para que su vida tome el rumbo de plenitud
y equilibrio que deseo para él, con toda el alma.
Ojalá
tuviera la certeza de que tú puedes vernos y de que Dios te ha concedido la
facultad de la intercesión, pero mi fe no encuentra por ningún lado esa seguridad.
Porque, si así fuera, te pediría que le dijeras al buen Dios que no lo deje ni
un segundo lejos de su lado. Y que siembre en el corazón de mi Patricio gozo
por la vida, sabiduría para vivirla y generosidad para compartirla.
¡FELIZ
CUMPLEAÑOS, MI NIETO AMADO!
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